Había que escribir algo cotidiano, así que tampoco quedaba mucho lugar para la imaginación...
Huevos fritos
El
aceite comenzaba a chisporrotear en la sartén. Puso el extractor en marcha,
inundando la cocina con su molesto ronroneo, y cogió un par de huevos del
frigorífico. Con soltura los cascó contra el borde de la sartén y separó ambas
mitades de la cáscara, dejando el viscoso interior caer sobre el aceite
caliente a una distancia tal que no salpicara.
Inmediatamente
la clara comenzó a blanquear por las orillas. Freidora en mano, fue echando el
aceite caliente sobre los huevos y removiendo la sartén. Cuando toda la clara
se volvió blanca como la nieve los sacó con la freidora, dejándolo un poco en
el aire para que se escurriera bien el aceite, y los puso en un plato. Les echó
un pellizco de sal, cogió un trozo de pan y un tenedor y se fue a la mesa.
Arrancó
un pellizco de pan y lo apretó contra la yema, que reventó inundando el plato
con su contenido naranja intenso. Impregnó bien el pan con este delicioso
líquido y se lo llevó a la boca, relamiéndose ante el intenso sabor. Era lo que
más le gustaba de los huevos fritos.
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