Tenía
frío, un frío imposible. Corría aterrada por la nieve helada, que crujía bajo
sus pies insensibles. No soplaba ni una brizna de aire ni caía un copo de
nieve. Todo estaba quieto, todo menos ella. Huía a trompicones de ese frío sobrenatural
que lo helaba todo. No sentía los pies, pero corría; cada bocanada de aire era
una agonía, sentía que el pecho le iba a estallar en un millar de cristalillos
de hielo, pero corría; tenía la cara agrietada y los ojos le dolían como nunca,
veía todo borroso y blanquecino, pero corría. Corría a ciegas, mientras notaba
como las articulaciones se le engarrotaban y la insensibilidad le iba subiendo
por las extremidades. Corría por su vida, aunque cada paso fuera un suplicio. Corría
con todas las fuerzas que le quedaban, porque sabía que si paraba moriría.
Y
entonces tropezó.
No hay comentarios:
Publicar un comentario